El caso Semmelweis

Después de numerosas hipótesis, Semmelweis llegó a la conclusión en 1847 de que la razón por la que las mujeres de la Primera División fallecían mucho más por la fiebre puerperal era debido a que los estudiantes de medicina hacían el reconocimiento a las parturientas después de realizar disecciones en la sala de autopsias. Por ello, ordenó a todos los estudiantes que se lavaran las manos antes de reconocer a ninguna enferma, de forma que en el año 1848 la mortalidad puerperal fue del 1,27% en la División Primera, frente al 1,33% de la Segunda. Sin embargo, la orgullosa comunidad médica no quería reconocer que los propios médicos fueran los culpables de la muerte de sus pacientes, por lo que Semmelweis perdió su puesto en 1849.
En 1850 empezó a trabajar en el Hospital St. Rochus de Pest, en el que se produjo una epidemia de fiebre puerperal en el departamento de obstetricia. Gracias a sus medidas se redujo rápidamente la tasa de mortalidad, y durante sus años allí las muertes por fiebre puerperal se mantuvieron reducidas al mínimo. En 1861 Semmelweis publicó su obra "La etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal", y envió su trabajo a sociedades médicas del extranjero; pero la reacción general fue adversa.

Independientemente de si la muerte de Semmelweis fue intencionada o accidental, es un mal trago reconocer que la idea de una ciencia objetiva y alejada de ideologías, hecha por científicos ideales, es una ingenuidad. Y el caso de Semmelweis es un buen ejemplo para mostrar esto: a pesar de que sus medidas tuvieron resultados eficaces y notables, el prestigio de los médicos prevalió sobre la vida de las pobres parturientas; y no fue hasta que llegó Pasteur con su teoría del origen microbiano de la enfermedad que no le quedó otro remedio a la comunidad médica que empezar a lavarse las manos y esterilizar los instrumentos.
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